No acostumbro comentar en “cápsulas” los films que voy viendo, pero hoy –con las entregas de premios encima– cambio un poco la regla a fin de revisar algunos títulos que se me han quedado en el tintero. De inicio, El sacrificio del ciervo sagrado, del griego Yorgos Lanthimos, es en cuanto a tono un drama absorbente, inquietantemente contenido, que incursiona, sin hacerlo evidente, en el horror psicológico. Tiene que ver con Martin (Barry Keoghan), un adolescente que se hace “cercano” a la familia del cardiocirujano (Colin Farrell) al que se le murió su padre en la mesa de operaciones. Lo que viene a partir de ahí resulta no sólo helado, inesperado, sino también inefable, absurdo y terrorífico como es. Nicole Kidman, impecable, encarna a la esposa del médico, mientras que es Alicia Silverstone (¿se acuerdan de ella?) quien interpreta a la madre de Martin. No está de más recordar que El sacrificio del ciervo sagrado obtuvo el premio al mejor guion en el Festival de Cannes 2017. Una película incómoda, diferente, para sensibilidades recias, traduciendo esto en un juicio que quiere ser elogioso.

En cuanto a Llámame por tu nombre, de Luca Guadagnino, ya mucho se ha dicho de ella. Está nominada al Oscar en cuatro categorías: película, actor estelar, guion adaptado y canción original, pero además súmenle 61 premios y otras 194 nominaciones por todos los confines del planeta. Ubicada en 1983, en el norte de Italia, otro adolescente entra en juego: Elio (Timothée Chalamet), quien en las vacaciones se hace amigo (muy) de Oliver (Armie Hammer), el joven investigador norteamericano que les visita por algunas semanas en la villa veraniega de la familia. Llámame por tu nombre es un melodrama sobre eso a lo que llaman primer amor y sus caprichosas formas de presentarse, matizado todo por un entorno de “casi el paraíso” en el que el arte, la música –la cultura en general– ofrecen un marco sensible y de texturas a los eventos, dando al film su feeling particular. Está por verse si será tan celebrado en México como en el resto del mundo.   

Por su parte, 15:17 tren a París no ha sido bien tratada por la crítica, para ser una película de Clint Eastwood (si bien él no intervino en el guion). Basada en hechos reales del 2015, su núcleo es el ataque terrorista planeado para el trayecto Amsterdam-París del tren del título, frustrado por tres estadounidenses. Pero Eastwood ocupa dos terceras partes del tiempo de la película, algo excesivo y raro, para establecer los vínculos, desde la infancia (!), entre el trío de protagonistas de la historia: Anthony Sadler, Alek Skarlatos y Spencer Stone, quienes por cierto se interpretan a sí mismos. Consecuentemente, la película queda más en un drama sobre la amistad puesta a prueba que como un thriller de supervivencia. De todas formas no está mal, pero tampoco responde a las expectativas siempre generadas por la “marca” Clint Eastwood, ni en lo formal ni en cuanto al impacto de los eventos. Desde lo “académico”, diríase que en 15:17 tren a París el maestro Eastwood convierte en story (en texto, pues) lo que en otras circunstancias más bien habría sido backstory (un contexto, anterior a la película misma).

Finalmente, Lady Bird, una comedia, es de lo más grato que ahora mismo puede verse. También focaliza en una adolescente (Saoirse Ronan) –se hace llamar Lady Bird— para contarnos en especial dos cosas: cuánto quiere ella salir de Sacramento para irse “adonde está la cultura”, y la muy difícil relación con su madre (Laurie Metcalf), mujer estricta y de carácter. No puedo recomendarla lo suficiente. Dirigida por Greta Gerwig, es esencialmente una cinta sobre mujeres. Mujeres que identifican su situación y enfrentan los retos derivados; mujeres que toman la iniciativa; mujeres que convierten en guías a sus sueños; mujeres –como Lady Bird y su madre– que mucho se cuestionan entre ellas, pero que se quieren profundamente. Una cinta muy inteligente, completamente disfrutable. 

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