Comprendo que la pandemia arrasó con modos y circunstancias, obligó a buscar alternativa a lo que había y abrió puertas que estaban cerrándose, como la influencia nefasta de la televisión para ‘jodidos’, que decía el Tigre -el de a deveras- Azcárraga y para pobres e ignorantes, como la que hace el grupo Salinas.
Pero, he aquí que llega el gobierno federal y salva de la debacle económica a los concesionarios, pagando muy bien sus favores -está saliendo muy cara la dimensión social- y les entrega generaciones de nuevos ‘homo videns’ que crecerán en la cultura de ver la pantalla como guía y faro de sus vidas.
La educación va mucho más allá del ‘2 más 2 son cuatro’ y ‘mi mamá me mima’. Esos son conocimientos que se pueden aprender, de muchas maneras, antes o después; era preferible ‘perder’ un año escolar que permitir la perversión de la cultura del saber y el aprender.
Lo que las benditas redes sociales estaban logrando, apartar a la juventud, poco a poco, del entrenamiento para insertarse en la economía, sin capacidad de pensar y disentir, será borrado por el regreso a la manipulación de los medios masivos.
El argumento de que las televisoras no producirán contenido -nomás eso le faltó pactar a la SEP- es irrelevante. El problema es cultural, acostumbrarse a un modo de estudiar, a un medio que esta en manos de pocos mercaderes y no del Estado. ¿En verdad nadie se da cuenta? Es más fácil convertir el agua en vino que a los egoístas capitalistas de siempre en generosos y desinteresados patriotas.
Decía alguien que en política se comete un error, lo demás son consecuencias. Este error enorme en la más importante política pública, la relativa a la educación, tendrá consecuencias funestas a largo plazo -el horizonte de los estadistas- aunque parezca solución única en el corto -electoral- plazo, horizonte de los políticos.
Espero equivocarme, pero creo que no.