Nuevo orden, lo más reciente de Michel Franco, estrenó en cines (y sólo en cines) el pasado 22 de octubre. La película viene de ganar el Gran Premio del Jurado del Festival de Venecia, lo cual es una gran noticia y desde luego nos enorgullece. No puedo comentarla porque no la he visto –las salas cinematográficas no han abierto en nuestra región– pero se habla de ella como muy poderosa; una película-advertencia, una película-paliza. Habrá que ver; pero mientras tanto, con el deseo de que resulte útil frente al visionado de Nuevo orden, recupero aquí fragmentos de lo que escribí sobre Chronic (2015) y Las hijas de abril (2017), las dos películas previas de Franco, al momento de su estreno. Reitero: se trata de fragmentos de la respectiva crónica mayor. Por entonces mencioné de ellas, entre otras cosas, lo siguiente, siendo más amplio y detallado lo relativo a Las hijas de abril.
Chronic: el último paciente (hablada en inglés, por cierto), tiene que ver con David (Tim Roth), un enfermero cuidador a domicilio de pacientes terminales, al que también le pesa en el alma cierto trágico episodio. Se trata de un controlado pero riguroso estudio de personaje, en el todo de una cinta cuidadosamente lograda –intensa en lo anímico, no tanto en su fachada– cuya contención, su evidente tristeza, su amargura latente, la hacen no sólo enigmática, sino también seca, árida en cierto modo. Y digo esto como un elogio, aunque parezca lo contrario. Su abrupto final no es un artificio tramposo, sino el cierre adecuado, impactante, para un film que, como su personaje, ya no tenía dónde ir. La crítica se ha referido al desempeño de Tim Roth en Chronic como “contenido, enigmático y brillante”.
Por otra parte, en Las hijas de Abril justo es Abril (Emma Suárez) el núcleo de los eventos. Valeria (Ana Valeria Becerril), de 17 años, y Clara (Joanna Larequi), su media hermana mayor, viven en una casa de playa en Puerto Vallarta. Valeria está embarazada y no ha querido que Abril, su madre, se entere. El futuro papá es también un adolescente. Finalmente Abril llega en auxilio de su hija (de ambas hijas) con actitud de cariñosa comprensión. Al nacer su nieta, se hace cargo de inmediato: decide, corrige, sustituye, apropiándose tramo a tramo. Consecuentemente sobreviene la ruptura con Valeria, con la bebé como centro de la tensión. Pero esto apenas es arista de algo mayor; a partir de ahí Las hijas de Abril diversifica sus rumbos, desde giros menos y menos plausibles. Su 3er acto prácticamente se convierte en otra película, con sus personajes apareciendo y desapareciendo, cobrando fuerza o diluyéndose en un contexto más y más bizarro.
Las hijas de Abril –cual distingue a Michel Franco– tiene una mirada distante sobre los eventos y no enjuicia a los personajes. En lo dramático, la película se enturbia, o se revuelve al menos, en su tramo final, que te lleva a pensar en un tipo de resolución que no llega. Sumado, eso no beneficia a la cinta, que sin embargo es siempre absorbente. Como retrato de su fauna, el ejercicio pierde rigor por esos eventos poco “naturales”, pero al final del día todo queda en la sensibilidad del espectador: si gusta o no de este cine personal, austero, alejado de lo comercial, y si entiende sus encrucijadas más como rasgos de seres contradictorios que como resultado de eventos caprichosos. Las hijas de Abril mantiene las apuestas estilísticas y narrativas de Franco, entre personajes lastimados o por estarlo, observados con perenne frialdad, cuyas vidas marchan o giran en razón de momentos definitorios traumáticos, narrado todo desde un minimalismo formal que casi nunca se rebasa a sí mismo.
Su cine la ha significado a Michel Franco no sólo los dos recientes premios de Venecia (el otro fue el Leoncino d’Oro Agiscuola), sino tres premios en Cannes y otros seis reconocimientos internacionales. No poca cosa, si bien los premios no deben ser un fin en sí mismos, sino consecuencia de la calidad del trabajo. Atentos pues a ver Nuevo Orden.
