La semana pasada recordé en este espacio cuatro de los ciclos fílmicos que propuse durante el año, ante la necesidad de quedarnos en casa, con la idea de una cierta cohesión o identidad que aportara desde el conjunto una experiencia más completa. Rememoro aquí otros tres, que ayudaron a transitar por una pandemia que ni se acaba ni ha sido broma.
Uno de ellos fue de cintas mexicanas de este siglo, centradas en mujeres. Arráncame la vida, de Roberto Sneider, ubicada en el México caciquil de los 30s. Fluida y de minuciosa/elegante ambientación, es sin embargo extrañamente fría, lo que corresponde poco a una historia de pasiones y poder. Miss Bala, de Gerardo Naranjo, en la que una sencilla aspirante a Miss Baja California queda como rehén del narco, esclavizada por la impotencia. Un film en el que justo es el miedo el foco protagónico. Los adioses, de Natalia Beristáin, espléndido trabajo que recoge etapas de la vida de Rosario Castellanos, en la difícil sinergia de su evolución como escritora con su incansable lucha feminista y su tormentosa relación de pareja. Las niñas bien, de Alejandra Márquez Abella, en la que –de un día para otro– una niña bien queda arruinada, durante la crisis del último año de López Portillo en la presidencia. Muy lejos de la comedia paródica, resulta una espléndida fábula de apariencias, de artificios, de intrigas y desengaños.
Por igual propuse un ciclo de films españoles del siglo XXI, que dan acceso a comedia, melodrama y drama. Mar adentro, de Alejandro Amenábar –racional y emotivo al mismo tiempo– sobre el pescador Ramón Sampedro, quien a los 26 años queda tetrapléjico, a partir de lo cual emprende una lucha de tres décadas para que se le permita una muerte prematura. El séptimo día, de Carlos Saura, basada en hechos reales: el definitivo ajuste de cuentas entre dos familias de Badajoz, por una rencilla de más de 30 años. Una reflexión sobre la intolerancia humana, tan irracional y rencorosa que sofoca hasta la más mínima posibilidad de distensión. Blancanieves, de Pablo Berger, adaptación del cuento de los Grimm a la Sevilla de los 20s, sin diálogos, con hermosas música y fotografía en blanco y negro. Una historia de amores vigentes con sentimiento trágico, llevada hacia adelante por el palmeo andaluz. Julieta, de Pedro Almodóvar, que muestra al personaje en dos etapas, entre rupturas familiares y pérdidas. Un melodrama “intenso”, incluso de rasgos trágicos, que explora el tema de la culpa. Los amantes pasajeros, de Almodóvar, que transcurre en un avión que presenta averías durante el vuelo. Comedia pintoresca, recurrentemente absurda, con la que Almodóvar regresa al tono fársico que lo hizo célebre. Muy disfrutable, sin que le “compres” ni agradezcas todo.
Finalmente, el ciclo de cine argentino contemporáneo. El hijo de la novia, de Juan José Campanella, en la que un cuarentón insatisfecho reevalúa su vida a partir de un matrimonio inesperado: el de sus padres septuagenarios, con su madre cursando Alzheimer. El secreto de sus ojos, de Campanella; el asesinato no resuelto de una mujer, al paso de los años se convierte en una loza para los personajes y sus heridas abiertas. Absorbente drama/thriller narrado en tres tiempos que se alternan, excepcionalmente actuado por todos. El clan (2015), de Pablo Trapero, basada en la historia real de la familia Puccio, que desde su aparente “respetabilidad” se dedicó al secuestro en la Argentina de los 80s. Estar contada desde el punto de vista de los Puccio, la hace aún más bizarra y espeluznante. El cuento de las comadrejas, de Campanella; cuatro jubilados que comparten una mansión ven su estabilidad amenazada cuando un par de jóvenes ejecutivos (tramposos) intentan que la vendan. Ingeniosa y divertida comedia negra –una guerra generacional en el ring de la vida– realizada y actuada a muy alto nivel, en la que los seniors son los protagonistas que más lucen. Deseo para todos el más feliz, bendecido y venturoso 2021.
