Adam Sandler: Garra y otras cosas
Adam Sandler siempre me ha parecido interesante, capaz como ha sido de entregar comedias muy menores (incluso irritantes) pero también films significativos, permeados de matiz y de una complejidad sutil. A través de Netflix he visto su reciente Garra (Hustle), de Jeremiah Zagar, que califica para ese feliz segundo grupo de su filmografía. En ella Sandler interpreta a Sandy Sugerman, reclutador de talentos de la NBA que en realidad quiere estar en la duela como coach. En uno de sus viajes internacionales Sandy conoce y recluta al madrileño Bo Cruz (Juancho Hernangómez), fenomenal jugador callejero que podría resultar su “puerta de regreso” al máximo baloncesto después de ser despedido por los Philadelphia 76ers. En ese contexto, la película crece como una apta mirada a los filosos entretelones del deporte profesional de alto rendimiento, pero también como un itinerario de redención tanto para Sugerman –atorado en su historial de sueños incumplidos– como para Bo, marcado por un pasado violento y situaciones de familia que limitaron su talento a partidos nocturnos en parques de apuestas. A partir de esto, es el basquetbol lo que florece como el gran personaje incorpóreo de Garra, puesto que el film demuestra saber (muy a fondo) de qué está hablando. Y no sólo en cuanto a la vertiente del éxito profesional y el dinero, sino principalmente –mucho más relevante– en cuanto a los rasgos esenciales del deporte mismo: eso que deriva en el placer de jugarlo, en el gozo de hacer equipo para compartirlo, con la satisfacción del triunfo como cereza del pastel. Y queda claro que, en todo esto, la figura de Sandler es fundamental. No se le siente actuando, sino como alguien que ama y conoce profundamente al baloncesto. Su desempeño es pues sobresaliente; de tales convicción y sinceridad, de tan precisos matices (dentro y fuera del rectángulo de juego) que casi te preguntas por qué se dedicó a la actuación y no a obtener victorias con tiros lejanos de 3 puntos. Así que Garra merece reconocimiento, igual que su protagonista central, a quien acompaña Queen Latifah en el rol de su esposa. Por cierto, Lebron James es uno de los productores de la cinta, porque –dicen– una o dos cosas sabe del tema.
Ahora, sigamos con Adam Sandler, a través de otras dos películas que le resultaron muy positivas. Una, de mis favoritas, es Spanglish (2004), de James L. Brooks, donde la necesidad de comunicación afectiva brota del alma y no del idioma, más allá de que las tensiones de esta verdad operen entre una doméstica mexicana en busca del sueño americano (Paz Vega) y un norteamericano exitoso que supone haberlo “cumplido” (Sandler), hasta entender que dicho sueño no es ni la mitad de cautivador que ella. Spanglish reflexiona sobre los vínculos de familia y sobre los caminos que esos vínculos transitan, en reversa a veces. Una obra de emotiva riqueza, en la que el choque de culturas se ilustra desde la perspectiva correcta: esa de los distingos de identidad y no la de una “superioridad” (artificial, claro) de una de las partes. Igual que las de Sandler y Paz Vega, las demás actuaciones también son notables, incluida la de nuestra Cecilia Suárez.
A destacar también, claro, Embriagado de amor (Punch-drunk love; 2002), de Paul Thomas Anderson. En ella Sandler interpreta al mini-empresario Barry, marcado por una infancia de humillaciones. Barry no sale con chicas por sentirse incómodo con ellas, siendo la cinta el recuento de cómo el tipo transforma ese estigma. En el transcurso, asumen papel un armonio abandonado, decenas de cajas de budín, una hot line sexual y un viaje a la playa de Waikiki, confirmación (en una sola noche) de que el amor es posible hasta en medio del surrealismo. Una película poderosa, que sorprende por sus agudas notaciones críticas y por su capacidad de capitalizar –en favor de un proyecto con alma– las facetas ocultas de la personalidad de Sandler: esa que con frecuencia, según algunos críticos, “abreva de una hostilidad a flor de piel, para detonar incontenible ante una sociedad traicionera”.