En la reciente entrega del Ariel, la gran ganadora fue Ya no estoy aquí, de Fernando Frías de la Parra, que recogió 10 de las 14 estatuillas a las que se le nominó; entre ellas, a película, director, guion original, fotografía, edición y sonido. Su argumento –ubicado de partida entre clanes de jóvenes marginales de Monterrey, autodenominados cholombianos– se ocupa de temas relativos a comunidad, identidad y asimilación cultural. Ya habrá tiempo de comentarla con amplitud, lo cual, desde luego, resulta obligado. Mientras tanto, recordar que la película ya se había galardonado en el Festival de Morelia (mejor película y premio del público) y en el Festival Internacional de El Cairo (mejor actor –Juan Daniel García Treviño– y mejor película).
Ahora bien: en la misma entrega, Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar, obtuvo el Ariel a película iberoamericana, recuperando el premio para España, puesto que las cuatro últimas ganadoras fueron: la colombiana Pájaros de verano, de Cristina Gallego y Ciro Guerra; la chilena Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio; la argentina El ciudadano ilustre, de Gastón Duprat y Mariano Cohn, y la brasileña Una segunda madre, de Anna Muylaert. Por considerar que puede ser útil, recupero en esta columna algo –no todo– de lo que escribí sobre Dolor y gloria cuando estrenó entre nosotros, a mediados de 2019. Permítanme pues, citarme a mí mismo…
Dolor y gloria nos cuenta pasajes de la vida de Salvador Mallo (Antonio Banderas, cuando adulto), director de cine que ha dejado de filmar y al que castigan diversos problemas de salud. Vive solo, encerrado en su piso, con el deseo de volver a trabajar pero sin la fuerza física ni anímica para hacerlo. De hecho, Salvador se nos presenta desde niño: un chaval campesino, pobre, que desde muy pequeño demuestra inusuales sensibilidad e inteligencia, con marcada afición por la lectura. Pero en su situación presente, ya como un intelectual exitoso y respetado, la depresión es su compañera cotidiana. Con todo, entre la soledad y las afecciones, un par de reencuentros dará nuevo impulso a su vida: ese con Alberto, actor con quien ha estado enemistado tres décadas, y ese con Federico, su ex-amante, el amor de su vida. En el nuevo entorno, los recuerdos de Salvador se actualizan y hacen resumen. Entrelazan con su nuevo presente su niñez, la relación con su madre, los primeros indicios de su homosexualidad y su educación entre curas, detonando una introspección obligada que da paso a la reflexión, a ciertos “cierres” necesarios y, por ende, a una eventual expiación que le permita hacer las paces consigo mismo.
Dolor y gloria no pertenece a ese núcleo de películas del Almodóvar de culto, exuberante y abigarrado. Por el contrario –contenida, intimista, de flujo muy controlado– es tal vez la cinta más personal en la filmografía del director manchego. La pasión está ahí, sutil pero omnipresente, entregada esta vez sin explosiones pero a la altura de cualquier melodrama almodovariano que se precie. Por otra parte, en Dolor y gloria hay un rasgo poco usual: todos los personajes son gratos. Imperfectos como cualquiera, todos provocan nuestra simpatía (en concreto, nuestra empatía) lo cual encauza al film por los resonantes caminos –más humanos– de un cine más relevante que no se enmarca en antagonismos de buenos y malos. Un cine de personajes acotado a ellos mismos, inserto cada uno en la diaria y difícil tarea de vivir. Una fauna, pues, con la que puedes relacionarte.
Y volviendo a los Arieles, ¿recuerdan cuáles fueron las consideradas mejor película de cinco años para acá? Tal vez no, pero aquí están, ordenadas de 2015 a 2019: Güeros, de Alonso Ruízpalacios; Las elegidas, de David Pablos; La 4ª Compañía, de Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván Cervera; Sueño en otro idioma, de Ernesto Contreras, y Roma, de Alfonso Cuarón. Talento creciente, hoy en riesgo por pésimas decisiones “de Estado”.