Recientemente, Cinépolis anunció su grata iniciativa de exhibir, a manera de ciclo, la saga completa de Harry Potter, de la pluma e imaginación de J.K. Rowling, cuyas regalías literarias a la fecha tal vez ya son suficientes para pagar la deuda externa de Nicaragua. Ante dicho anuncio, regreso a algunas de las ideas (más bien de contexto) que publiqué 20 años atrás, en vísperas y a propósito de la primera entrega, Harry Potter y la piedra filosofal, de Chris Columbus. El aperitivo del comentario, la importancia de algunos nombres en su cast: Maggie Smith, Richard Harris y John Hurt, básicamente. Recuerdo que de inmediato expuse la duda inevitable: ¿tendría Columbus la capacidad requerida para conseguir las sombras visuales y psicológicas características del universo novelístico Harry Potter? En fin, hago al 2001 tiempo presente, para recuperar aquellas primeras, ya lejanas ideas sobre un niño aspirante a mago, valiente héroe imperfecto que –avanzada la saga– se convierte en involuntaria némesis del malvado Lord Voldemort. Más o menos lo dije así…
“En Harry Potter y la piedra filosofal es Hogwarts, claro, el sitio mítico al que llega el onceañero Harry (Daniel Radcliffe, presente en cada escena) para estudiar, entre 400 condiscípulos, 142 escalinatas y una biblioteca que por desgracia cierra a las 8 de cada noche. Un universo visual maravilloso, de hechiceros y seres fantásticos, en el que duendes diversos pululan por pasadizos y dragones espectaculares campean entre barracas. Todo a ojos –pícaros e inquisitivos tras las gafas– del pálido, flacucho pero carismático, Harry Potter, y de Ron y Hermione, sus mejores amigos. Ahora bien: no hay película más riesgosa que esa incapaz de exceder la imaginación de un niño. Un peligro que menciono porque millones de niños, a lo largo y ancho del planeta, están leyendo las novelas de Harry Potter, dando rienda suelta a su fantasía, perfilando ante ellas, en su cabeza, las vistas, colores y matices que les sugirió cada lectura. Así, el mayor reto de Harry Potter y la piedra filosofal radica en salir airosa del comparado a realizar por cada mente, entre lo “soñado” íntimamente y el “sueño” acabado –ya definido– que la película ofrece. Por ventura, cada cabeza es un mundo…y diferentes sus percepciones. Dejemos respirar a la película; que sea el paso del tiempo lo que indique sus méritos y deméritos, ya con el matiz que ahora mismo se complica por la alta expectativa y euforia de su estreno”.
Volvamos ahora al 2021. Ya exhibe en algunas salas locales el film brasileño Bacurau: tierra de nadie, de Kleber Mendonca Filho y Juliano Dornelles. En su tour de festivales cosechó, entre otros reconocimientos, el Premio del Jurado del Festival de Cannes, el Premio del Público del Festival de Montreal, el Premio a Mejor Film Internacional del Festival de Munich y el Premio de la Crítica del Festival de Sitges. Su argumento se sitúa en el ficticio pueblo brasileño de Bacurau, en el futuro cercano, y versa sobre cómo a dicha comunidad (digamos que “por goteo”) la van borrando del mapa funcionarios y poderosos corruptos, asfixiándola con la gradual merma de servicios elementales. De hecho, eso de borrar de los registros a Bacurau es literal en una escena de la cinta, que resulta dolorosa por lo mismo: un grupo de niños –y quien les tutora– descubren azorados que, por más que buscan, su pueblo ya no aparece en el mapa que revisan. Sin ser la protagonista, el nombre más conocido (para nosotros) de quienes actúan en Bacurau, es el de la maravillosa Sonia Braga, a la que recordamos, entre otros títulos, en Doña Flor y sus dos maridos, El beso de la mujer araña y Aquarius, más recientemente. Por cierto, leí por ahí que Barack Obama incluyó Bacurau en su lista de cintas favoritas del 2020. Trátase, no hay duda, de un film importante, de notaciones críticas no menores (incluso las alegóricas) al ámbito de lo social-político en Latinoamérica. Además, y en todo caso, no es mucho el cine brasileño que se nos pone a disposición.
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