El último duelo (The last duel), de Ridley Scott, está basada en hechos reales a partir de libros de Eric Jager. Es un drama histórico ubicado en el siglo XIV, tiempos de Carlos VI de Francia. El título alude justo a lo que relata: las circunstancias alrededor del duelo a muerte entre el caballero Carrouges y el escudero Le Gris –uno de los favoritos de la corte– registrado como el último “juicio por combate” en Francia. Los hechos de la película tienen su núcleo en una violación brutal; la víctima es Marguerite de Carrouges (Jodie Comer), esposa de Jean de Carrouges (Matt Damon). El perpetrador/violador es Jacques Le Gris (Adam Driver), protegido del poderoso Conde Pierre d’Alencon (Ben Affleck), primo del Rey Carlos VI. Ahora bien, atestiguamos los eventos tres veces, al estar narrados desde tres puntos de vista: el de Jean, el de Le Gris y el de Marguerite –en ese orden– cuyos matices, similitudes y diferencias construyen el caso frente al espectador. En defensa de su mujer, Carrouges acusa a Le Gris ante tribunales, pero no son tiempos favorables a las mujeres, o neutrales al menos. Así, la postura automática de los jueces es dudar de Marguerite todo lo posible. Como ninguna de las partes repliega su testimonio, el Rey dictamina “que sea Dios” el que decida quién dice la verdad. Jean y Le Gris deberán batirse en duelo, para un desenlace que podría traducir en la degradación y muerte de Marguerite, “por mentiras hacia un hombre”.
En 1977, Ridley Scott debutó en el largometraje con Los duelistas, a propósito de la disputa de décadas –a través de duelos varios– de dos militares franceses. 44 años después, Scott entrega con El último duelo una historia fascinante, de estructura no convencional, sobre la digna, heroica, inspiradora respuesta de una mujer sin prerrogativas frente al abuso y el agravio, en un entorno “todo masculino” –entendido a la usanza del medioevo– de batallas, alcurnias y honor. Un film de magnitud épica (actuado por Comer, Damon y Driver con igual estatura) de genuino impacto en cuanto a la recreación de época y la puesta en escena de las batallas, que por momentos alcanzan una crueldad que parece insuperable. Con todo y por fortuna, esa magnitud épica, macro, nunca asfixia los retratos individuales ni los dilemas particulares, riesgo siempre presente en las (enormes) cintas de este tipo. Concluyendo, El último duelo es una experiencia en verdad absorbente y satisfactoria, que además se permite el comentario social –status de la mujer en la época, aún perteneciendo a las clases nobles– en este caso más de relevancia contextual que como crítica. Muy recomendable, con Ridley Scott en plena forma. Viejos, los cerros.
Sin embargo, no es El último duelo la película que en este momento genera más expectativa. Es, desde luego, Duna (Dune: part one), de Denis Villeneuve, nuevo tratamiento de la novela de ciencia-ficción de Frank Herbert, después de aquella versión de 1984 emprendida por David Lynch (de la que Lynch poco y nada quiere hablar). Ya habrá tiempo de comentarla, pues se espera alcance una prolongada estancia en cartelera. Los datos ubicativos los conocemos todos: a Paul Atreides lo encarna Timothée Chalamet, acompañado en la película por Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Javier Bardem y Zendaya, entre otros. Costó (dicen) 165 millones de dólares y dura 155 minutos, que nunca serán muchos para los fans de la ciencia-ficción y de la icónica novela mencionada. Al director Villeneuve –nacido en Quebec hace 54 años– los cinéfilos le debemos films como La mujer que cantaba (Incendies; 2010), Sicario (2015), La llegada (2016) y Blade runner 2049 (2017), además de estar apuntado para dirigir la eventual Duna 2, ya en preproducción. Hasta el momento, la crítica otorga a Duna calificación de 75 sobre 100 (fuente: IMDb), menor al 83 que le brinda el público. Su tagline es: Más allá del miedo, el destino aguarda. Lo traduzco: más allá de la taquilla de Duna, aguarda (o no) Duna 2.
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