Otras 10 cosas que amo de ti
En el 2010, en este espacio, publiqué una columna de título Lo comercial: 10 cosas que amo de ti, sobre la posibilidad que –ocasionalmente– el llamado cine “comercial” aprovecha para tornarse significativo, sensible y (por ende) atesorable. Como evidencias de esto ofrecí diez films: Todo o nada, de Peter Cattaneo; Perdidos en Tokio, de Sofía Coppola; Juno, de Justin Reitman; Spanglish, de James L. Brooks; Entre copas, de Alexander Payne; ¿Bailamos?, de Peter Chelsom; En brujas, de Martin McDonagh; El descanso, de Nancy Meyers; Ligeramente embarazada, de Judd Apatow, y finalmente, en sitio de honor, la soberbia Realmente amor, de Richard Curtis. Diez cintas no destinadas a Festivales (con alguna excepción) ni al status de legendarias, que no obstante los cinéfilos de a pie agradecimos casi sin reservas. Años después, a fines de 2014, escribí otra columna sobre lo mismo: películas comerciales “significativas”, sumando diez títulos más a los primeros mencionados, en defensa de un cine que ni de lejos pretende similitud con ese de intenciones más trascendentes. Como esa reflexión no se publicó en su momento, hoy la retomo justo con el mismo contenido; es decir, sin actualizaciones.
Abro con El campo de los sueños (Field of dreams), dirigida por Phil Alden Robinson, con Kevin Costner construyendo un campo de béisbol en medio de la nada, sin saber por qué. Sigue No me olvides (Sweet home Alabama), de Andy Tennant, en la que Reese Witherspoon regresa al sur desde Nueva York, encontrando que, más allá de los éxitos en la gran urbe, es en casa donde está lo que esencialmente vale la pena. También, Casarse está en griego (My big fat greek wedding), de Joel Zwick –una vivencia de notable equilibrio entre razones y sentimientos– entrañable y divertidísima, que ilustra el proceso rumbo al enlace de una treintona (de parentela “grieguísima”) con un vegetariano profesor de secundaria, cuyos padres son tan norteamericanos como él. Desde luego, La mejor de mis bodas (The wedding singer), de Frank Coraci, una muy disfrutable comedia romántica con Drew Barrymore y Adam Sandler, de los tiempos en los que Sandler se tomaba a sí mismo algo más en serio. Y por qué no, Amor en juego (Fever pitch), de Bobby y Peter Farrelly –también con la linda Barrymore– que involucra dos pasiones no siempre compatibles: esa por tu pareja, y esa otra por… los Medias Rojas de Boston.
Así mismo, Besando a Jéssica Stein (Kissing Jessica Stein), de Charles Herman-Wurmfeld, contemporánea comedia neoyorquina, centrada en una relación lésbica. Claro, hay personajes judíos involucrados en las dudas y remordimientos del entorno. Por igual, Sueño de amor (Maid in Manhattan), de Wayne Wang, con un alto candidato a senador enamorándose de una mucama de hotel (mucho ayuda que la chica en cuestión sea Jennifer López). La joya de la familia (The family Stone), de Thomas Bezucha, valioso melodrama (con fachada de comedia) sobre los dilemas de no encajar ni “pertenecer” en el estilo de tu futura familia política. Igualmente, Chef a domicilio (Chef), de Jon Favreau, especie de cuento de hadas contemporáneo –de fachada indie y atisbos de road picture— que es grata, optimista, celebratoria, tibia para el alma, entre un cine en el que suele imperar lo contrario. Y finalmente, Una segunda oportunidad (Enough said), de Nicole Holofcener, con la luminosa Julia Louis-Dreyfuss y el añorado James Gandolfini. Cinta que ofrece casi todo: un argumento reconocible e inteligente; humor, dolor, azar e ironía; un conflicto en el que va mucho en juego y, por ende, emoción, que es quizá la principal razón por la que vemos películas. Pequeñas gemas/caricias “comerciales”, como aquellas relatadas en 2010. Editis est. Ahora, en cuanto se pueda, vendrá bien actualizar el tema, con films como Mentes peligrosas (Tailandia; 2017), La noche de las nerds (EEUU; 2019), Si supieras (EEUU; 2020) y En el mejor momento (Italia; 2020). Próximamente.