Se entregaron los premios Oscar casi sin sorpresas, con los resultados ya conocidos por todos. Para la Academia de Hollywood –visión discutida en ciertos ámbitos– la mejor película del año fue Todo en todas partes al mismo tiempo, de Daniel Scheinert y Dan Kwan. Además, recogió las estatuillas a Dirección, Guion Original, Actriz Estelar, Actriz de Reparto, Actor de Reparto y Edición. Ahora bien, ¿recuerdan ustedes las cuatro anteriores cintas ganadoras? En la columna de hoy recupero sus argumentos…
CODA (2021), de Sian Heder, remake del film francés La familia Belier. Tiene que ver con Ruby Rossi (Emilia Jones), adolescente cuyos padres y hermano son sordos. Eso la hace, por definición, la “voz” y traductora de su familia de pescadores, que vive muy estrechamente vendiendo su captura diaria a precios desfavorables, lo cual más y más empeora su situación. Atrapada en ese contexto, Ruby no puede contemplar siquiera el dar curso a su pasión por cantar –su voz es privilegiada– hasta que el profesor de música se ofrece a prepararla para la audición de ingreso a una prestigiosa academia de Boston. Ruby se ilusiona; pero, ¿cómo abandonar a su familia en momentos tan apremiantes, cuando más necesitan de ella? ¿Su sueño y futuro, a partir de “traicionar” a quienes más quiere?
Nomadland (2020), de Chloé Zhao. Un trabajo y un techo en cualquier parte, aunque el trabajo sea eventual, de temporada, y el techo, el de una furgoneta; lo mínimo elemental para subsistir. En eso se ha convertido la vida de la viuda sexagenaria Fern (Frances McDormand), después de dos desgracias definitorias. Una vida completamente nueva –sola y sin la más mínima experiencia como nómada— recorriendo las carreteras norteamericanas en busca de empleos que le permitan, cada noche, volver con comida a su furgoneta y a sus recuerdos. En esos caminos, Fern irá estacionando en comunidades de casas rodantes, conviviendo con personas en circunstancias similares. Comunidades que, ante las rudas condiciones de su día a día, se tornan familia, ayudándose, respetándose, comprendiéndose, cada cual enseñando a otros y aprendiendo de los otros.
Parásitos (2019), de Bong Joon Ho. Tiene que ver con una familia pobre –los Kim, compuesta por los padres, hijo e hija– que, ocultando su parentesco, se infiltra en la familia Park, de alta sociedad, como staff doméstico. Fungen como profesor (el joven), chofer (el padre), ama de llaves (la madre) y tutora de arte (la chica), impostores todos al no tener acreditación oficial para desempeñarse como tales. Así, los Kim pasan de desempleados a tener posición y sueldos ventajosos, a expensas de los recursos y status de los inadvertidos Park. Ya insertos en ellos, los Kim son en efecto sus “parásitos”, disfrutando por vez primera, a pesar de la tradicional estructura vertical de clases. Pero la vida les depara otra cosa, dado que su ¡ya la hicimos! trastoca pronto en algo dramáticamente distinto.
Green book (2018), de Peter Farrelly. Años 60; un refinado pianista negro contrata por dos meses a un chofer/guardaespaldas blanco, para llevarlo por el sur de EEUU a una serie de presentaciones. Ello, porque el virtuoso Don Shirley (Mahershala Ali) sabe que se le admira como artista, pero también, que una vez abajo del escenario, para los blancos sólo es “un negro más”. Tal es el núcleo de toda la cinta: el itinerario de ambos personajes (diferentes del todo) conociéndose, contrastándose, incluso confrontándose en ocasiones, mientras devoran millas por las carreteras sureñas –a bordo de un Cadillac DeVille– en el marco de una intolerancia racial no sofocada por alguna eventual e hipócrita cortesía. Al paso, la relación entre los dos personajes va haciéndose crecientemente emotiva. Es Viggo Mortensen quien encarna –de manera notable– a Tony Lip, el guarura acostumbrado a la áspera vida de las calles. (Green Book, hay que decirlo, fue más bien cuestionada por no pocos críticos como ganadora de la estatuilla a mejor película).
