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La máscara de Octagón

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“El único lugar donde me hago daño es ahí afuera”

– The Wrestler. (Darren Aronofsky 2008)

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, Youl había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer la lucha libre…¡un momento!, creo que alguien más ya usó ese recurso para iniciar una historia, aunque no recuerdo bien quién fue, espero que le haya ido bien.

Además, mi papá no fue el que me llevó al espectáculo de la AAA que en majestuosa caravana llegó a mi cuidad, sino el papá de mi amigo Arturo, que entre malas caras y prisas nos compró un boleto y  nos sentó en primera fila.

No hay sueños tan grandes que no quepan en un cuadrilátero (al menos, cuando se tiene 10 años de edad). Arturo y yo presenciábamos la mezcla exquisita de maromas, golpes, gritos, llaves y silbidos; al tiempo que como buenos estudiantes aprendíamos una muy buena cantidad de groserías nuevas. Era la lucha libre, tan entretenida y tan nuestra; esa que nos hacía vibrar antes de que los gringos llegaran con sus sillas y escaleras, esa, a cambio de la cual aceptamos ir al catecismo.

Mi mamá, tan linda como siempre, hizo todas las recomendaciones que las mamás hacen: “pórtate bien”, “no te vayas a querer subir al ring”, “obedece al papá de tu amiguito” y además de advertirme, que al regresar no le fuera a salir con el cuento de que quería ser luchador. Me dio el dinero suficiente para comprar una grandiosa máscara “de las originales” de esas acolchonaditas y con etiqueta.

En primera fila y con una sonrisa que se salía de nuestras máscaras estábamos los que un día tuvimos nombre de pila y ahora éramos Atlantis y Octagón, pero aun con tenis “de lucecitas” en la suela. Pasaron las peleas de los enanos y las de las mujeres, las disfrutamos, aunque lo que todos en esa bodega improvisada como arena esperábamos era la pelea estelar. Apareció entonces “La amenaza elegante” caminando entre las cuerdas, yo no podía creerlo, tenía a Octagón a dos metros de distancia, ¡qué tiemble Pierrot y el par de rufianes que lo acompañan!, aquí se hará justicia.

Pero el destino tenía reservado un final distinto, al menos para mí. La pelea transcurrió con toda normalidad, los técnicos ganaron el primer round haciendo gala de sus cualidades luchísticas, su agilidad y sobre todo de su indomable espíritu guerrero, para el segundo episodio, valiéndose de sucias artimañas los rudos emparejaron las acciones y quedó todo por definirse en la última caída. Fue en ella cuando Pierrot sacó a relucir sus más bajos instintos y le rompió la máscara a Octagón, y aprovechando que este se cubría el rostro lo arrojó sangrante hacía afuera del cuadrilátero, quedando indefenso y justo frente a mí.

-¡Tu máscara, dale tu máscara! Dijo Arturo

-¿Eh? Contesté asombrado

-¡Dale tu máscara, salva a Octagón!

-No manches, me costó bien cara, me van a regañar…

No hubo tiempo de más discusión, pues mientras Pierrot parado sobre las cuerdas era ovacionado por el bando rudo, otro niño corrió a darle una máscara, haciéndolo capaz de regresar y con una tapatía vencer legal y heroicamente al rudo que unos instantes atrás le había ultrajado su identidad.

La pelea terminó como tienen que terminar las grandes gestas, con un héroe vitoreado por la afición y con los malos recibiendo su merecido. Después, uno de los encargados fue a buscar al niño que le dio la máscara al Octagón pues este quería agradecerle en su camerino; seguramente se tomarían fotos y lo llenaría de autógrafos, mientras que mi máscara original y yo nos alejábamos un tanto apenados y con bastante envidia, de la mala, porque no hay de otra.

Moraleja: No compren máscaras originales a sus hijos, las chafas siempre serán mucho más fáciles de dejar ir.

Foto: mediotiempo.com

YouL

Winadas : 8 de Febrero de 2010

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Programa en que la Fla-k y Win comentan una serie de películas melosas, cursis y algunas de amor. Disfruta de este programa.

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Un nuevo día, una nueva oportunidad

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En días pasados y por asuntos de trabajo (específicamente la grabación del video blog de nuestra psicóloga Pipis Planel) comencé a investigar más sobre enfermedades como la Anorexia y la Bulimia.

Yo no soy profesional en el tema, ni puedo dar comentarios que tengan alguna validez, simplemente les puedo contar que quedé HORRORIZADA de las cosas y fotos que me pude encontrar sobre esto.

La Anorexia es un trastorno alimentario que consiste en la falta anormal del apetito, esto genera una poca ingesta de comida. La Bulimia es igualmente un trastorno, pero este consiste en episodios de comilonas compulsivas seguidas de un sentimiento de culpa que lleva a la provocación del vómito.

Esto es información que la mayoría de nosotros ya sabemos; pero al ingresar a sitios de Internet, me quedé con la boca abierta al descubrir que existen nombres disimulados para estas enfermedades: Ana (anorexia) y Mia (bulimia). Inexplicablemente hablan de ellas como si fueran personas, como si fueran sus amigas, les rinden adoración, a tal grado de tener diez mandamientos y hasta un Credo.

Lo que me dejó el saber todo esto fue desconcierto, incomodidad, enojo, preocupación, tristeza, mucha tristeza, pero más que nada muchas preguntas:

¿Por qué pasa esto? ¿Qué lleva a una persona a caer en este tipo de enfermedades? ¿Podemos ayudar? ¿Cómo ayudar? ¿Qué hacer? ¿Cómo evitarlo?

Son preguntas muy difíciles (por supuesto es un tema muy complicado) y para ser contestadas se necesita la ayuda de un experto, de un profesional en el tema. Yo sólo pude cerrar esas páginas de Internet y agradecer a Dios el no estar en esa situación.

Es importante aceptarse, cuidarse, no seguir los esquemas que nos marcan y con los que nos bombardean permanentemente. El simple hecho de vivir nos tendría que ser suficiente. Es fundamental el valorar el poder levantarnos todos los días, al fin y al cabo, cada día es una nueva oportunidad.

Finalmente cada quién toma sus decisiones de acuerdo a sus circunstancias y hay cosas que se entienden sólo cuando las vives, pero es una realidad que historias de este tipo, me llenan de tristeza y de impotencia.

Fotos: Abominatron, FotoChesKa

Jessica Ovalle Ávalos

La otra gula (segunda parte)

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Generalmente aprovechaba los recesos de la banda para bajar a comer algo, echarme un trago y luego retomar la “bataquiza” que, para el segundo turno de media noche se tornaba más leve, con baladas y boleros para dar pie a un ambiente más cachondo.

En tanto eso pasaba, arribó al Dos Naciones el Takeshi, un tipo rudo, alto, robusto y mal encarado; de esos tipos que aparentan ser malosos, pero en el fondo no lo son; a pesar de tan distinguido talante, era de esos que en las pachangas y toquines, siempre cuidaba a los más chicos cuando se armaban los trancazos.

A pesar de que el Takeshi es un tipo que da miedo, me daba gusto verlo, en el fondo era buena bestia y muy divertido; así que en esa ocasión se acercó a mi mesita, me gorreó un trago y muy serio se acercó y cuchicheó “¿todavía estás con eso de que quieres conocer lo peor de lo peor?.

-Por supuesto, ¿dónde tienes que ir o qué rollo?- le contesté frenético.

“Tengo que ir por un encarguito, vamos a Tepito”.

La idea de ir a ese lugar  de noche, así de golpe asusta, sin embargo tenía un guía de gran confianza por lo que me aventé a acompañar al “gordote” a uno de los infiernos más gruesos que he atestiguado.

Yo creo que me el buen Takeshi me vio medio asustado, porque durante el trayecto dijo muy serio “tranquilo carnalito, no hay pex, la cosa está leve, ya le dieron de comer a los perros (supongo se refería a la policía) y están contentos”, acto seguido soltó una carcajada que, si bien no me quitó la exaltación, sí aminoró la sensación de estar en riesgo.

El punto es que fuimos a una enorme vecindad, en la calle de Peralvillo, en frente del famoso Correo Español, algo así como el palacio del cabrito en “chilangolandia”.

En verdad que de noche cambia mucho, es una zona lúgubre.

El edificio de la vecindad es un gran rectángulo de dos pisos con un pasillo central que atraviesa toda la manzana, iba de Peralvillo hasta la calle de Jesús Carranza; estaba derruida, sin embargo, las escaleras al centro del pasillo,  para acceder al segundo piso de ambos lados del predio le daban cierto encanto.

Finalmente llegamos a una vivienda adaptada como picadero, donde supe cuál era el encarguito que tenía el Takeshi.

Si quieren saber cuál era el mandado del gordo, se las prometo la próxima semana en la tercera parte de este primer viaje al infierno de la otra gula.

Foto: El País

Arturo Cravioto

f003 : Popocatepetl

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Así luce el Popocatepetl, los últimos días ha presumido esa hermosa capa blanca.

Está imagen nos la envia Francisco Javier Ovalle Martínez, uno de nuestros seguidores.

/win

Memorable

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Nada como una buena sesión de risa. Así, natural, a rienda suelta. Mucho se ha hablado de los beneficios de la risa. Coincido, creo que es algo que le quita lo nublado a los días y que permite ver las cosas de manera distinta.

Esos bellos momentos se agradecen. Más allá de qué o quién lo propicia, es algo invaluable. Toda esta reflexión llegó a mí, tras un día lleno de frases y acciones memorables.

Durante el programa Al Aire, fuimos llevados por las bellas melodías del jueves retro. El inigualable exponente de las artes de la danza, Israel Valero, hizo las delicias de propios y extraños con su memorable estilo de bailar.

Al ritmo del éxito de Vanilla Ice, “Ice, ice baby”, el singular conductor de majestuoso carisma y ladrón de suspiros de las seguidoras, elaboró una coreografía que nos regaló algo así como 10 minutos de carcajadas continuas.

Frases como “no son ridículos, tienen chispa” o “no son ridículos, son desinhibidos” aderezaron la interminable muestra de habilidad de mi amigo Valero. Comentarios que nos hicieron reír hasta las lágrimas, hicieron de esos minutos, algo para conservar eternamente.

Y es cierto, disfrutamos el día, nos reímos, platicamos, comentamos con los seguidores y al final del programa, la vida parecía tener sentido. Y todo  gracias a que “tenemos chispa y somos desinhibidos”.

¿Alguna vez han pensado tener esa actitud todos los días? ¿Qué tan seguido dicen lo que piensan, disfrutan lo que hacen, encuentran esos espacios para reír y -de alguna forma- alimentan su alma?

Mi elevada y espiritual reflexión se vio abruptamente interrumpida por una discusión de Youl y Win, sobre el uso que da McDonald’s a su Twitter. “Que se comporte como lo que es” espetó Win. Si es una empresa ¿por qué manda mensajes como si fuera “tu mejor amigo”? ¡No puede ser tu mejor amigo! Ante tan cruel aseveración de Win y con el rostro desencajado de Youl que se sentía traicionado por la promesa incumplida de la parte posterior del McTrío, volví a la reflexión.

Todos ellos me reglaron, en espacio de 4 horas, momentos de risa que me llevaron al inicio. Nada como una buena sesión de tan preciado tiempo de carcajadas. Ustedes, ¿ya tomaron su dosis?

Manuel Frausto Urízar

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