La abogada Rita Mora (Zoe Saldaña) ejerce frustrada su profesión, al saberse impedida de procurar justicia verdadera, por ser empleada de un bufete que más bien favorece a los poderosos. Pero una noche es llevada a la fuerza hasta “Manitas” del Monte (Karla Sofía Gascón), capo-jefe del cártel más poderoso de México. Sin manera de negarse (y a cambio de una fortuna), Rita queda contratada para buscar lo antes posible, a lo largo y ancho del planeta, un cirujano que –de manera integral– convierta a Manitas en mujer, lo cual ha sido su mayor deseo desde que tiene uso de razón. Después de muchos viajes, Rita da con el médico indicado; y así, en Tel Aviv, Manitas se transforma en Emilia Pérez (por igual Karla Sofía Gascón), de lo cual ni siquiera su familia se entera. De hecho, Jessi la esposa (Selena Gómez), y los dos niños, son secretamente llevados a Suiza para una nueva vida ahí, donde poco después se enteran de la supuesta “muerte” de Manitas, emboscado por sus enemigos. Así transcurren cuatro años, hasta que Emilia busca de nuevo a Rita, a fin de que arregle el regreso a México de Jessi y sus hijos para vivir con ella. El plan de Emilia es pasar como una prima (desconocida) de Manitas, que quiere protegerles como familia. A regañadientes, dicho regreso se cumple, con lo cual –secretamente– Emilia recupera a sus hijos…y Jessi a un antiguo amante. Inevitablemente, las cosas se tuercen para Emilia, en medio de una etapa en la que sus remordimientos la llevan a una filantropía que busca algún grado de expiación. Pero trágicamente, ni la consideración, ni el perdón, ni la empatía tienen lugar entre la corrupción, traición y violencia imperantes en el México que viven.
Todo lo anterior, por supuesto, corresponde a la cinta francesa Emilia Pérez, de Jacques Audiard, merecedora a la fecha de decenas de nominaciones y galardones, a lo largo de todo el mundo. Sus eventos están narrados como musical, lo cual sin duda suma más rareza a un argumento de rasgos ya inesperados. De eso quizá el desagrado de muchos cinéfilos en México, que ven a Emilia Pérez como un espejo distorsionado de los ámbitos que describe y examina. En especial, en cuanto a ciertos estereotipos de lo mexicano; en cuanto a lo “ligero” de tratar temas dolorosos (v.g. las desapariciones) a través de canciones y coreografías; en cuanto a la ausencia de talento local en el reparto y, consecuentemente, en cuanto a los equívocos acentos de los protagonistas al hablar. Todo sumado, a Audiard y su película les ha “llovido”, si bien hay también, por todos lados, quienes reconocen y aplauden la apuesta de Emilia Pérez, tan conscientemente audaz y arriesgada desde su origen. A la luz de lo mencionado, ¿tienen la razón los detractores de Emilia Pérez, sin asomo de defensa para ella? ¿O más la tienen quienes valoran sus méritos por encima de lo que ha enojado a otros? Aquí algunas claves, que van más allá de estos polos de opinión…
Para ordenar ideas, la pregunta de base debe ser si Emilia Pérez funciona, como una narrativa plenamente asumida en los convencionalismos del musical, que desde siempre ha sido un género no-realista, que por ello se permite libertades (digamos) que exalten su estética y discurso. En esa lógica, mi respuesta es sí: Emilia Pérez funciona, muy aceitada, en su versión y fantaseo de un universo cruel y convulso –el del narco— en el que también inciden conflictos íntimos, creíbles o no. Claro, esto sería inadmisible en un tratamiento con intenciones de fidelidad testimonial, que ni de lejos son las de este film. Cierto es que brotan algunos aparentes desfiguros, así como la sequedad de sus canciones (si la referencia es Hollywood), pero la película se cuenta fluidamente y está muy bien actuada y dialogada, además de tener un diseño sonoro sobresaliente. Todo ello, reitero, para un espectáculo no de realidad, sino de reinvención de la realidad. Algo que, está a la vista, resulta insuficiente para muchos, pero que no descalifica a priori, ni de manera absoluta, un trabajo artístico muy competente, si bien polémico por elección propia. ¡Bingo…!